p. 256
El maestro es la puerta de entrada a Dios para el aspirante (murid), y es al mismo tiempo el velo, pues la puerta actúa como velo.
Lo único es que todos los seres celestiales y terrenales, los moradores del Trono, del Cálamo y el Escabel son todos puertas para el maestro. Puede entrar por cualquiera de ellas a la presencia de Dios. Al contrario que el aspirante, que sólo tiene una puerta para entrar, y esta es la puerta del maestro.
Si entra por ella, lo consigue, y si no lo hace, es rechazado. Esto es así porque el maestro es el que le abre el sellos del cofre de su propia alma -y su alma equivale al mundo entero-. Su alma se encuentra íntimamente relacionada con la existencia (wuÿûd): cuando domina su alma, domina con ello la existencia; cuando domina la existencia, domina con ella su alma.
No cabe duda de que a quien se le revela la entrada hacia la presencia divina por la puerta del alma, se le revela la entrada por todas las puertas de la existencia, y puede entrar por la puerta que quiera. Por eso las puertas del paraíso celestial son ocho, mientras que las del paraíso de la contemplación y la visión directa no tienen límites, ni fin.
«Hacia donde quiera que os dirijáis, allí está el Rostro de Dios» (2:115)