La sinceridad con respeto a la Verdad, de las cartas de Mulay al-Darqawi

119*

El ir con un jubón, mendigar, llevar la cabeza descubierta, andar sin cuidado, sentarse en los basureros -guardandose siempre de evitar las impurezas-, comer en los zocos, tumbarse a los lados de los caminos y demás cosas parecidas, son de las que han hecho la gente de nuestra vía y de las demás, que Dios esté complacido con todos ellos, que no sabe sin son verdaderas o falsas excepto el sincero (mujlis).

La sinceridad (ijlâs) es lo que trata de lograr el Pueblo con esto. A ellos les da igual lo que quieran sus almas, ni eligen un estado por encima de otro, puesto que se han sumergido en los mares de la Inmensidad. Como dijo el gran santo Abu Said al-Arabi, cuando le preguntaron sobre el estado de extinción: “La extinción es que la Inmensidad y la Majestad divinas aparezcan en el servidor y le hagan olvidar este mundo, el otro, los estados, los grados, las estaciones y las letanías (adkâr), le extingan a todo, a su inteligencia, a su alma, a su extinción respecto de las cosas y a su extinción de la extinción, por la inmersión en los océanos de la glorificación…”

Eran así antes de sumergirse en los mares de la Inmensidad, puesto que su sinceridad no les dejaba mirar a lo que había entre ellos y su Señor, y no pueden mirar nada de lo que haya entre ellos y la creación. Ese es su estado, que Dios esté complacido con ellos.

Entre la gente de la sinceridad podemos observar estados extraños, de apariencias variadas, que no entiende salvo el que es del Jidr entre la gente de la realización. Fíjate en los estados del Jidr, la paz sea con él, en el Libro de Dios, y te sorprenderás. Hundió el barco aún cuando estaba ocupado por sus dueños y su pasaje. También mató al joven, sin que éste hubiese matado a nadie ni hubiese ninguna razón legal para hacerlo. Reconstruyó el muro sin pedir nada a cambio, a pesar de que les negaron el alojamiento con anterioridad. Y todo ésto lo realizó en presencia del Enviado de Dios, el interlocutor, nuestro señor Moisés, la paz y las bendiciones sean con él y con nuestro Profeta. Y todo ello porque no actuaba sino que siguiendo la verdad (haqq), y no lo hacía sino por ella. ¡Compréndelo! ¡Que Dios nos aumente en entendimiento!

salam

Sobre el recuerdo mutuo y el trato con el alma, de las cartas de Mulay al-Darqawi

112*

Debéis saber que lo que amo es que os prodiguéis el recuerdo muto (tatadhakkaru) con aquello que mata las almas y vivifica los corazones, como hacía antes la gente de la vía. Y que evitéis las maquinaciones de las almas, pues interrumpen la ayuda divina (madda). Quien quiera evitar esta interrupción de la ayuda divina, que no enorgullezca su alma, sino que más bien que la humille, que le reste, que rechace [sus sugerencias] y la haga caminar hacia lo que no le gusta -tomándola por la nariz [como a un camello]-.

Así se comportan los sinceros con ella, llevándola a lo que no le gusta, le resulta pesado y penoso, hasta que lo que le gusta o ame ya le den igual. No ocultan su fealdad, es decir, sus faltas y maquinaciones, ni se complacen con ella nunca más.

El estado de desprendimiento en el que os encontráis sólo es adecuado para el gran interior, es decir, el gran corazón. Si no es así, permanecer en las ocupaciones en las que estaba es mejor y más loable. Estamos realmente seguros de que, según la Ley del Pueblo, nuestra necesidad es mayor que nuestra fama, y nuestra fama hoy en día nos supera con creces. Que Dios nos sane.

Quien quiera seguir teniendo la ayuda divina, que no hable de su arte con nadie. Que sólo hable de él con la gente de este arte.

salam

De las cartas de Mulay al-Darqawi: sobre la ausencia del maestro

bismillah

En una entrada anterior, he traducido una de las enseñanzas de sidi Ali al-Yamal sobre el maestro. Su discípulo, Mulay al-Darqawi, que Dios esté complacido de ambos, desarrolla esta cuestión, haciendo el siguiente comentario:

Carta 17

Es este bajo mundo el que nos aleja de nuestro Señor, a excepción de a algunos, aunque en realidad Él esté más próximo a nosotros que nosotros mismos. Oí a mi maestro decir: “Este mundo ha penetrado en la ciencia de los sabios y en la pobreza (faqr) de los faquires. La situación es tal y como lo han descrito: ¡Por Dios, ha despojado a los hombres (riyâl), que decir entonces de los que son como niños (iyâl)!”

Escucha lo que nos ocurrió cuando dejamos este bajo mundo para ir a nuestro Señor. ¡Por Dios! Nos bastaba simplemente mirar a alguien con el deseo de que pasase de la distracción a la concentración para que su estado cambiase al instante, conforme a nuestra voluntad, sin que ninguno de los dos tuviésemos que ver nada en ello: se trataba de la decisión de Dios y de Su orden.

Cuando nos volvimos hacia este bajo mundo a ocuparnos de él, nuestra estación, que era semejante a la del santo sîdî Abû Madyan al-Ghawth, nos abandonó. Volvimos a lo que éramos en los tiempos de la despreocupación o peor aún. ¡Que advertencia para los perspicaces! Afortunadamente no nos resultó nada fácil acceder de nuevo a este bajo mundo y no obtuvimos nada de él, gracias a la bendición del maestro al que estábamos vinculados.

Conocí a dos hombres de avanzada edad que estuvieron a dos dedos de alcanzar a Dios. Pero el mundo se les ofreció y logró atraerlos de nuevo. Afortunadamente, Dios les salvó. Después de haber sido capturados, lograron huir y abandonarlo gracias a la bendición del maestro al que estábamos vinculados. Conocí también a un hombre anciano al cual había logrado extraviar, apoderándose de él. A éste no le dejó, muriendo ligado a él. Hay que decir que su maestro no era alguien vivo: yo no sé si es válido tomar como maestro a un difunto. He visto efectivamente a mucha gente vinculados al célebre conocedor, al gran santo mulay ‘Abd al-Qâdir al-Yîlânî. Pretenden que es su maestro estando ellos vivos y él muerto. Si su objetivo en esto es beneficiarse de la misericordia divina, por el hecho del amor y de su vinculamiento a él, es una excelente intención y un buen augurio –la intención de alguien vale más que sus actos, como lo dice la tradición del Profeta: “¡Los actos no valen sino por su intención y cada uno recibirá en función de esta!–. Pero, si al actuar así, tienen en mente otra cosa, por ejemplo, si tienen el mismo objetivo que quienes se vinculan a los santos realizados (wâsilûna) a fin de llegar a su Señor, que es el asunto de los santos vivos, entonces sólo un ignorante puede hacerse tales ilusiones. Si esto fuera posible, nuestro señor el Enviado de Dios nos bastaría a todos, pues nadie es más digno de ocuparse de los asuntos de la gente.

Nadie puede prescindir de maestro en ningún arte, y mucho menos tratándose del sufismo, pues como ellos han dicho, es decir, el Pueblo: “Quien no tiene maestro, Satán es su maestro”. Ibn Shaybân dijo: “Quien no tiene maestro no vale nada. Suprimir los medios conduce a la perdición, pero atribuirles el resultado final es una aberración”.

Cualquiera que afirma que puede prescindir del maestro, da la espalda a la puerta y se pone de cara a la pared. Si hubiéramos conservado lo que nos trajo el Enviado de Dios, si nuestros corazones y miembros no se opusieran, entonces efectivamente el Enviado de Dios nos dispensaría del maestro. Pero hemos alterado y cambiado tanto este depósito que nuestros corazones y nuestros miembros han olvidado y múltiples pruebas nos han afectado. Por tanto, ¿cómo podríamos prescindir del maestro? Sólo puede pretender eso un orgulloso, un ignorante o quien se complace consigo mismo.

salam

Una carta imprescindible de Mulay al-Darqawi

bismillah. 

Dentro de la Correspondencia espiritual de Mulay al-Darqawi, hay algunas cartas que son auténticos compendios de la vía y el sufismo. Cuando hace poco puse aquí unas palabras de sidi Ali al-Yamal, me recordaron que tales palabras son citadas en una de las cartas.

La cito aquí, porque aunque larga es harto provechosa.

salam

Nuruddin

81

Presta atención, oh sîdî Ahmad Aka’rîr Al-Zayyâtî, en lo referente a la búsqueda de la ciencia exterior y pon en guardia también al eminente sabio, el noble sîdî Ahmad Ibn ‘Ayîba al-Manjarí.  El eminente Abû Hafs Sîdî ‘Umar Ibn al-Fârid dijo en su Tâ’iyya:

No seas de aquellos a quienes su corazón ha hecho débiles de espíritu,

Quitándoles su inteligencia y dejando lugar a la inconsciencia.

Pues una ciencia sutil se encuentra más allá de los propósitos transmitidos,

Que escapa al control de las inteligencias más sanas (lúcidas).

De mí la recibo, de mí la tomo,

Y mi misma alma, me provee abundantemente.

El Shayj al-Maÿdhûb ha dicho:

La ciencia de los libros, para nosotros, contiene el placer de las palabras como fin,

Pero la ciencia del gusto enraíza en nosotros de forma mucho más firme.

El Shayj al-Shâdhilî  dijo: “El que no se apresura en adquirir nuestra ciencia, muere perseverando en los grandes pecados sin ni siquiera darse cuenta”. El Shayj Sîdî Ibrâhîm Ibn Adham dijo: “Si conociera una ciencia más noble que ésta bajo la bóveda celeste, me apresuraría a conseguirla”.

El Shayj sîdî l-Mursî dijo:

Si encuentras a alguien que ha recibido las ciencias,

Y que se le han abierto los tesoros de la comprensión,

No discutas con él sobre escritos como única referencia,

Y no polemices con él, enmudecido por amarga envidia,

Porque el conocimiento del Señor

Y la ciencia adquirida es muy superior.

Le fue dicho al Shayj Abû-l-Hasan sîdî ‘Alî Ibn Maymûn al comienzo de su andadura: “Tira tu libro y cava en la tierra de tu alma para que brote una fuente. Si no, vete”. Nuestro eminente maestro, Abû-l-Hasan sîdî ‘Alî-l-Yamal decía a este respecto: “Los libros reposan en nuestros corazones, pero son estos los que les hacen vivir, desde el origen de este mundo hasta su fin. Y es así, porque los corazones representan la fuente”.

Cuando el Shayj al-Shâdhilî se encontró con su maestro el Pôlo mulay ‘Abd al-Salâm Ibn Mashîsh, dijo: “¡Oh Dios mío! Yo hago la gran ablución para desembarazarme de mi ciencia y de mis actos, con el fin de no tener ni ciencia ni actos, salvo lo que me llegue de este maestro (es decir del noble Ibn Mashîsh)”. Después hizo la gran ablución en la fuente bien conocida de la aldea de al-Hisn, que se encuentra en las proximidades de la tumba del Maestro, debajo de la montaña, en la dirección de la Meca. Esta renuncia vino a ser una tradición para los que vinieron después, pues no se puede alcanzar la ciencia de la Realidad espiritual sino de esta manera.

He aquí el porqué de haber citado las palabras de los maestros de la vía que yo conocía respecto a esta cuestión. Mulay ‘Abd al-Qâdir al-Yîlânî dice en su ‘Ayniyya:

Si el destino te es favorable o el decreto te lleva a encontrar

Un Maestro virtuoso y que vive en la Realidad,

Procura su aceptación y confórmate a su voluntad,

Abandona todo lo que hacías en el pasado.

Sé con él, como el muerto que se ha confiado a las manos del lavador.

Este manipula un cuerpo que no podría resistirse a él.

No le objetes nada respecto a sus asuntos privados,

En asuntos que ignoras, objetarle sería entrar en conflicto.

Acepta de su parte todo lo que veas, a pesar

De las apariencias contrarias a la Ley, pues te arriesgarías a extraviarte.

La historia del noble Jidr, puede recordarse a este respecto;

El mató a un joven, mientras Moisés quería disuadirle.…

La ciencia de las gentes es semejante: ella contiene cantidad de maravillas.

Presta atención, sîdî Ahmad, de no interpretar nuestro propósito como una incitación a desestimar el cumplimiento de la ciencia del exterior a cambio del amor de las gentes del interior. ¡No, por Dios, no es así! Lo que mantengo no es que haya otra vía hacia la Realidad espiritual por la que se pueda sortear la puerta de la Ley; el camino hacia la libertad pasa necesariamente bajo el porche de la servidumbre. Si he sido llevado a citar las palabras de los maestros de la vía sobre este tema es porque veo a la mayor parte de juristas mantienen una pésima opinión al respecto de la gente de la vía, es decir, de los detentores de la ciencia del interior, suposiciones peores que las que tienen respecto a los mismos pecadores. ¡Que Dios sea benevolente con ellos! No critican con tanto celo a los transgresores como ponen en desaprobar a la gente de la vía y pretenden tener razón de concentrarse en la ciencia exterior. Hacen como si Dios, independientemente de esta ciencia sin la que no se puede cumplir los deberes religiosos, no les hubiera ordenado oponerse a sus pasiones. Así dan muestra de su gran ignorancia y cometen una falta evidente, ¡que Dios nos preserve! Pensamos que deben arrepentirse de esta disposición, resueltamente y sin tardanza, porque si no irán a su perdición y arrastrarán con ellos a los ignorantes que les siguen. Están a punto de cerrarse la puerta del arrepentimiento ante sus propias narices y ante todos aquellos que les toman por guías, siendo que ella está abierta y no dejará de estarlo hasta que el Sol se eleve por occidente, como Él lo ha dicho: «El día que vendrá un Signo de tu Señor» (6:158). El signo en cuestión era la salida del Sol por occidente. ¡Es extraordinario hasta qué punto han podido alarmar a la gente y alejarles! ¡Cuántos obstáculos han puesto sobre su paso, haciendo el camino (maslak) estrecho y poniéndolos en peligro!

A pesar de esto, la gente sincera continuará siempre arrepintiéndose, caminando y llegando, porque la verdadera puerta es la de la generosidad, ¡oh tú que no sabes diferenciar lo bien fundado del error! ¡Es increíble! Aquel que ha alcanzado al Bien Amado no alarma a la gente ni les hace la vida difícil, a pesar de su proximidad a Dios, mientras que quien está separado les asusta y les complica la vida, a pesar de su alejamiento de Él.

Nuestro maestro nos decía siempre: “No hacemos más que beneficiarnos de la Gracia de Dios y de los beneficios de nuestros señores los sabios del exterior. Son los estandartes del Profeta. Si nos sumergidos en el océano de la Realidad espiritual, podremos mirar los estandartes del Profeta, mantenidos por nuestros señores la gente de la ciencia exterior. Así nos volvemos a esta ciencia y evitamos el naufragio”. Nos repetía también continuamente estas palabras de los maestros perfectos, que reúnen la ciencia de la Realidad espiritual y la de la Ley revelada: “Quien aplique la Ley revelada sin buscar al mismo tiempo la Realidad espiritual se ha desviado; quien busque la Realidad espiritual sin aplicar la Ley revelada es un hereje; solo quien reúne las dos realiza la verdad”. También nos repetía otra de sus palabras: “Algunos están velados de la Realidad espiritual por la Ley revelada; otros están velados de la Ley revelada por la Realidad espiritual; para otros finalmente, la Ley revelada es una puerta (bâb) y la Realidad espiritual un retorno (iyâb): «Estos son los partidarios de Dios ¡Los partidarios de Dios: esos son los vencedores» (58:22)!”

Sîdî Ahmad, el maestro de la vía que me inició es nuestro maestro Abû l-Hasan sîdî ‘Alî l-Yamal.  Él fue iniciado por un jerife muy anciano que venía de Oriente, de bella presencia, de estado impecable, dotado de fuerza espiritual y de noble carácter cuyo nombre era ‘Abdallâh. Le encontró en Tetuán en una casa donde estaba con otras personas: no salía, nadie le visitaba y nadie le conocía. Sîdî ‘Alî me dijo: “No he visto jamás nobleza tan grande como la suya pues estaba investido del Nombre de Dios al-Karîm”. Sîdî ‘Alî me contó también lo siguiente: “Fue la bendición de la visita de Mulay ‘Abd l-Salâm Ibn Mashîsh la causa de mi encuentro con él”. Me dijo también que permaneció con él durante dos años en Tetuán. Sîdî ‘Alî fue igualmente educado por sîdî l-‘Arabî Ibn ‘Abdallâh al-Fâsî del barrio de Majfiyya. De hecho, ya le conocía antes de encontrar al jerife del que se trata, pero no había obtenido nada espiritualmente hablando, pues sîdî l-‘Arabî estaba investido en esa época del Nombre de Dios «El que retiene» (al-Mâni). Por eso continuó su búsqueda espiritual hasta encontrar lo que buscaba junto a este jerife. Dios le dio la iluminación espiritual (fath) bajo su dirección y después de su muerte, volvió iluminado a Féz.

Fue entonces cuando frecuentó a sîdî l-‘Arabî Ibn ‘Abdallâh durante seis años, descubriendo en él tantos secretos que parecían innumerables. Cada vez que hablaba de él, lloraba. Sîdî l-‘Arabî Ibn ‘Abdallâh vivió hasta muy viejo; era alguien anónimo que nadie conocía y en el que nadie veía gracia alguna en particular, pues tenía tendencia a abandonarse totalmente y esto ahuyentaba a la gente. Era también muy silencioso.

El mismo fue iniciado por su padre Abû l-‘Abbâs sîdî Ahmad Ibn ‘Abdallâh, cuyo renombre se extendía a todo Marruecos. Este último fue iniciado por sîdî Qâsim al-Jassâsî, del que tenemos una recomendación a uno de sus hermanos en Dios. Dijo: “No te ocupes jamás de quien te daña, sino ocúpate de Dios, y Él le apartará de ti, pues es Dios mismo quien le dicta su conducta para probar tu sinceridad. Mucha gente se ha extraviado de esta manera, preocupándose de quienes les causaban problemas: el pecado se añadió así al daño. Si se hubieran vuelto hacia Dios, Él mismo habría apartado a los causantes de los problemas y habría solucionado su asunto”. Cuando murió, fue el Shayj Abû-l-‘Abbâs sîdî Ahmad al-Yamanî quien le sustituyó al frente de la hermandad. Se trata de un jerife qâdirî. Sîdî Ahmad Ibn ‘Abdallâh y su hijo sîdî l-‘Arabî Ibn ‘Abdallâh (el maestro de nuestro noble maestro), que era un hombre joven en esa época, obtuvieron mucho de él. Pero ya hemos mencionado anteriormente esa cadena iniciática.

Debes saber que oí decir a mi maestro a menudo: “Algunos han dicho que no había más de dos personas que dominasen este arte entre Túnez y la región del río Nûn; otros han dicho que ni siquiera había dos. La gente con pretensiones espirituales pululan, pero los que están puramente dedicados a Dios no son muchos. En el Libro de Dios se encuentra: ¡»Y ellos son poco numerosos» (58:13)!

Me dices, oh sîdî Ahmad Aka’rîr, que el sabio señorial, el noble Abû-l-‘Abbâs sîdî Ahmad Ibn ‘Ayîba, ha encontrado un grupo de “justos del interior” en Féz. Lo que dices me parece tan improbable como increible, pues yo mismo he vivido ahí y no he encontrado a nadie así, a parte de mi maestro. Hoy no queda sino gente con pretensiones espirituales, salvo algunos hermanos entre los que fueron sus compañeros. Es en verdad muy raro encontrar tales personas, como ha dicho nuestro maestro y como ha dicho igualmente el eminente maestro, sîdî Abû Madyan:

¿Cuándo los veré? ¿Y cómo podría verles con mis ojos?

¿Cuándo mi oído escuchará hablar de ellos?

Sin ninguna duda los santos de Dios viven en general en un estado de rebajamiento, mientras la gente solo se interesa en las distinciones. ¿Cómo podrían reconocerlos? Aparte de aquellos a los que Dios toma de la mano, el resto de la gente están verdaderamente alejados de ellos. Sîdî Ibn ‘Atâ’ Allâh dijo en sus aforismos: “Gloria a Aquel que no deja conocer a Sus santos más que a quien quiere guiar hacia Él, y actúa de suerte que solo los encuentre aquel que Él quiere atraer hacia Él».

Si se me preguntara: “¿Cómo has hecho para conocerles y beneficiarte con su compañía?”, respondería: “He mirado del lado del rebajamiento y no de las distinciones. Y he encontrado lo que buscaba. ¡Alabanza y gracias a Dios! La mayor parte de la gente no mira más que del lado de este mundo y de los que lo poseen. No se interesan ni por la indigencia ni por los indigentes. Algunos huyen cuando ven a un santo indigente que no posee nada en este mundo y no se aproximan a él diciéndose: “Si se tratase de un santo, sería rico y no pobre; su santidad no le reporta nada, ¿cómo podría por tanto ser útil a los demás?” No saben que el santo es quien no posee nada en este mundo y es rico por Dios y con Él le basta.

En cuanto a estas obras supererogatorias de las que me hablas, también las he practicado en mi juventud, pero la pereza y debilidad me han vencido. Pide a Dios que me dé Su Gracia. ¡Que Dios te recompense! Dicho esto, nuestro maestro nos habló de una obra que muy poca gente realiza y que, sin ella, no se podría garantizar la solidez de sus obras: consiste en realizar su propia condición (wasf). Como ha dicho Ibn ‘Atâ’ Allâh en sus palabras de sabiduría: “Agárrate a los atributos de Su Señoría y realiza (concretamente) los atributos de tu servidumbre”. Ellos (es decir el Pueblo) han dicho también: “Cuanto más profundamente te entierres a ti mismo, más se elevará tu corazón, cielo tras cielo”.

Oh sîdî Ahmad, uno de los juristas de Fez me dijo una vez lo mismo que tu. Le he dado varias respuestas, de las que te contaré aquí algunas, y no como réplica, sino por amor a ti. Un compañero dijo: “Hemos pasado dominando en la práctica todo tipo de obras y finalmente, no vemos nada más profundo, respecto a la vida del otro mundo, que la renuncia a este bajo mundo”.

Nosotros mismos hemos experimentado algo de esto, y ha sido por ello por lo que hemos flojeado, como tú mismo puedes constatar, respecto a esas prácticas que mencionas. También se puede decir que insistir en las obras interiores excluye hacerlo en las exteriores, pues el esfuerzo no se puede dirigir en dos direcciones a la vez, como hemos dicho a menudo y otros antes que nosotros. Oh sîdî Ahmad, también he dicho que sólo comprende la naturaleza de las obras supererogatorias el que las ha experimentado verdaderamente. Ellas alejan de las criaturas y aproximan a Dios, como se ha dicho:

¡Lo que detestáis en mí,

Es lo que desea mi corazón!

Pocos entre la gente de la vía, lo ponen en práctica. Solo lo hacen algunos santos poderosos, como Abû Hafs sîdî ‘Umar Ibn al-Fârid, quien dijo:

¡Ocúltate en las faldas de la pasión y el pudor, olvídalo!

Y deja hacer a los ascetas, sea cual sea la grandeza de su vía.

O como dijo sîdî ‘Alî al-Shushtarî:

Desnudo quiero marchar,

Es la mejor cosa posible,

Como Ghaylân de Mayy,

Lo hacía antes de mí.

Sîdî ‘Izz al-dîn Ibn ‘Abd al-Salâm decía: “¿Existe una vía diferente de la que hemos comprendido a partir del Libro y de la tradición?” Y negaba la realidad de la vía del pueblo (los sufíes), hasta que encontró al Shayj al-Shâdhilî y se benefició de su compañía. Y llegó a decir: “¡Por Dios! Los sufíes son los únicos que fundan su acción en los principios inquebrantables de la Ley” Y el imam al-Ghazâlî decía lo mismo antes de encontrar a su maestro, al-Bâzgânî.

Oh sîdî Ahmad, yo también he dicho que muchos son los santos que han recorrido la vía del interior sin que nadie, ilustre o humilde les haya podido apartar. Dios ha dicho en Su Libro: «Si lo rechazais, lo confiaremos a un pueblo que sí crea en ello» (6:89). El exterior y el interior son contrarios y los contrarios no se pueden unir, salvo en el caso del hombre que marchó sobre los pasos del Profeta, como nuestro señores, los Imames Abû Bakr al-Siddîq, ‘Umar Ibn al-Jattâb, ‘Uzmân Ibn ‘Affân, Alî Ibn Abî Tälib y sus dos hijos, Hasan y Husayn, o como los grandes santos Hasan al-Basrî, Dhû-l-Nûn al-Misrî, Ibrahim Ibn Adham, Sufyân al-Thawrî, Ma’rûf al-Karjî, Abû Yazîd al-Bistâmî y sus semejantes entre los maestros de Oriente y Occidente, y son numerosos como hemos dicho. Pero no los conoce sino quien ha alcanzado su estación o quien habiendo permanecido sobre sus huellas, las ha marcado gracias a esto. En cuanto a los demás, no pueden ser sino gente del exterior sin interior, o gente del interior sin exterior, o incluso gente sin exterior ni interior, pues son contrarios que no se pueden unir, salvo el caso de quien marcha sobre los pasos del Profeta como ya hemos dicho, y eso es extremadamente difícil. Se cuenta que uno de los ángeles glorifica a Dios permanentemente, con la siguiente invocación: “¡Gloria a Aquel que ha unido el hielo y el fuego!”

El eminente Abû-l-‘Abbâs sîdî Ahmad al-Yamanî se opuso, como nuestros maestros que estaban con él, entre los Fâsîs y los Banû ‘Abdallâh, contra la afirmación del Shayj Sîdî l-Hasan al-Yûsî: “Embellece el exterior con el esfuerzo ascético y restaura el interior con la contemplación”. Ellos le replicaron: “El esfuerzo no se puede hacer en dos direcciones a la vez. Cada vez que el exterior se fortalece mediante el esfuerzo ascético, el interior se debilita en la contemplación y recíprocamente”. Uno de nuestros señores ha dicho: “Cuando ves que alguien está pendiente del exterior, es porque su interior está en ruina”. Muy pocos son los que reúnen a la vez el exterior y el interior, o la Ley y la Realidad espiritual, o la ebriedad y la lucidez, o la distinción y la unión, etc. Hemos repetido esto a menudo, por lo que no hay necesidad de extenderse más sobre ello.

En cuanto a la interpretación de la visión que ha tenido el eminente sabio, el noble Abû-l-‘Abbâs Sîdî Ahmad Ibn ‘Ayîba al-Manjarî, se trata ciertamente de algo asombroso (‘ayîb) que va bien con su nombre Ibn ‘Ayîba. Regocíjate, oh sîdî Ahmad, por este don de tu Profeta en esta visión que has tenido de él en sueños. Esto te vendrá sin ningún esfuerzo por tu parte, como ha sido el caso de esta visión misma.

Nosotros también le hemos visto, antes de encontrarte, en Féz, en el momento en que los musulmanes tomaban al-Burayya, y fue el venerable, el noble, el jerife Abû ‘Abdallâh sîdî Muhammad Ibn ‘Abdallâh Ibn Ismâ’îl al Hasanî al-‘Alawî quien la libró.  Era el año 1182. Quise entonces levantarme de mi cama para ir hacia él, pero me señaló con su noble mano, dos o tres veces, que permaneciera acostado. Cuando conocí a mi maestro, le comuniqué esta visión. Y esto fue lo que me dijo: “El Profeta te ha dado su protección”. Por Dios, esta protección se ha hecho real y he podido constatarla directamente. ¡Alabanzas y gracias a Dios! Justo después de haberle visto, tuve igualmente en ese momento una visión de nuestra señora Fâtima al-Zahrâ. Gracias a esta visión mi corazón rompió con sus hábitos y el conjunto de sus pasiones y jamás aceptó volver a ellas. Desde ese momento todo va de la mejor manera para nosotros. ¡Alabanzas y gracias a Dios! Este es el secreto de la verdadera visión.

Mi maestro estaba absorto por la visión del Profeta tanto en sueños como en vigilia. Creo muy probable, pero Dios es más sabio, que, desde este punto de vista, él era más fuerte incluso que sîdî al-Mursî. Durante muchos años, yo le vi efectivamente absorto en la visión del Profeta y en conversación con él. He visto también sus descripciones del Profeta en los “gustos” espirituales que dejó. Hay una gran diferencia entre sîdî al-Mursî y él, y cualquiera que quiera comprobarlo no tiene más que mirar lo que ha escrito sîdî Ibn ‘Atâ Allâh respecto de su maestro al-Mursî en sus Latâ’if al-minan y compararlo con lo que cuenta nuestro maestro en su libro: verá bien, si Dios quiere, que es el más fuerte en lo referente a la visión del Profeta. Dios «detenta la fuerza inquebrantable» (53:6). Él nos hará rendir cuentas si nuestras afirmaciones concernientes a la fuerza de nuestro maestro son producto del capricho de nuestro ego. Pero en realidad, si hemos afirmado su fuerza, es porque nuestro Señor mismo es quien le ha fortificado. Es porque la fuerza de nuestro Señor nos basta, y no al contrario, por lo que afirmamos esto de nuestro maestro. Si callásemos lo que sabemos sobre esto por temor de lo que dirían de nosotros –¿Para qué afirmar esto en lugar de remitirnos a la ciencia divina?–, entonces sería efectivamente así. Pero como no es el caso, decimos lo que sabemos sin ninguna duda. Después de esto, la gente bien puede decir lo que quiera: nosotros nos atenemos a la ciencia de nuestro Señor.

Lo que nos ha llevado también a dar testimonio de la fuerza de nuestro maestro es que la gente tiene tendencia actualmente a no ver las virtudes de sus contemporáneos, cuando incluso ellos han sido grandemente gratificados, reservando esto a las gentes del pasado. La mayor parte de la gente es así. ¡Que Dios nos preserve!

salam

Terminada la revisión de las cartas de Mulay al-Darqawi

bismillah

Ya he terminado la revisión de la traducción de las cartas de Mulay al-Darqawi. Seguramente quedarán muchos errores y cosas que pulir, pero creo que ya es una traducción aceptable.
Esta abierta a los comentarios, aportaciones y sugerencias de todo los que quieran.
salam
Nuruddin

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La guía (irshad), de Mulay al-Arabi al-Darqawi

253

¡Oh hermanos míos! Nadie ha logrado hacer regresar a la gente a su Señor y Maestro, sacándoles de su estado de distracción, aparte de los compañeros del Profeta (sahaba), sus sucesores (tabi’in), de los sucesores de estos (salaf), de nuestros imames sîdî-l-Yunayd, sîdî-l-Yîlânî, sîdî l-Ghazâlî y sus semejantes. En efecto, sólo ellos reúnen el conocimiento y las obras, la ley revelada y la realidad espiritual, la ebriedad y la lucidez. En cuanto a los otros, no les reconocemos ninguna superioridad a este respecto, aunque  sólo Dios tiene conocimiento para juzgarlo.

Vemos, en efecto, como muchos de nuestros contemporáneos se vinculan a tal o cual maestro, no para aproximarse a Dios, sino más bien debido a sus intereses individuales y sus ambiciones. ¡Cuántos de ellos han venido a verme para obtener la práctica, insistiendo pesadamente para que yo se lo diera! Y todo esto con la intención de convertirse ellos mismos en maestros de los demás o para obtener su dinero tomando nuestro aspecto, el de este desprendimiento visible, bien conocido por la gente de nuestra región. Desean igualmente reproducir mis lecciones espirituales (mudhâkaras), siempre con esa misma intención. Todo esto es perfectamente vano e inútil.

Si mencionamos esto es por lo que observamos en la gente: sus estados y sus aspiraciones están puestas en objetivos despreciables, sumergidos en lo que no tiene provecho alguno. Es como si este mundo se hubiese quedado vacío de gente del conocimiento exterior y gente del conocimiento interior. ¡Que Dios nos proteja de que se quede vacío de ambos! ¡Pero no! Está lleno de gente cuyos corazones son como los de Muhammad, como los Noé, como los de Hud, como los de David, como los Shuayb, como los de Lot, Salih, Abraham, Moisés, Jesús, al-Jidr y demás.

Creemos –y Dios sabe más– que cada santo tiene el color de uno de los profetas, que las paz y las bendiciones sean sobre todos ellos, y que Dios tiene siervos a los que sólo Él conoce, y a Él lo conocen; solo a Él  aman, y Él los ama; solo a Él  engrandecen, y Él los engrandece; Él los hace santuario, y ellos Lo veneran; Él los acompaña, y ellos Le acompañan; están con Él doquiera que estén, como Él está con ellos doquiera que estén, pues Él, elevada sea su majestad, está en todo lugar, puesto que ellos están en todo momento en Su presencia.

Sîdî Ibn ‘Atâ Allâh ha dicho: “El que conoce no cesa jamás de tener una imperiosa necesidad de Dios y no encuentra reposo más que en Él”.

salam

Los principios del sufismo, de una carta de Mulay al-Darqawi

242*

Le dije a uno de los hermanos: Dios sabe más, pero para nosotros el sufismo (tasawuf) es guardar las reglas (sharâ’i) de la religión, abandonar la propia voluntad (irâda) por la del Señor del Universo, mantener la mejor cortesía con los musulmanes. En cuanto al abandono de este mundo, es un asunto que está bastante claro, puesto que el amor por él es el origen de todas las desgracais y penalidades, como dijo el Enviado de Dios, la paz y las bendiciones sean con él.

Debéis aprender, hermanos, que las reglas de la religión que nos trajo el Enviado del Señor del Universo y no ignorarlas, seguirlas y no mostraros perezosos, pues son el verdadero elixir, el que transforma las esencias en verdaderas. Por ellas el ser humano consigue controlar su alma, a los hombres a los genios y a toda la creación, y tener lo mejor de esta vida y la otra.

Dejar la voluntad en manos de su Señor es signo de elección (jusûsiya), por encima de la cual solo está el rango de la profecía. Donde termina la santidad, comienza la profecía. Escucha lo que dijo quien dejó su propia voluntad a su Señor y no elegía nada por sí mismo, salvo lo que Él elegía, y no amaba nada salvo lo que Él amaba. Le dijeron al imam Umar ibn Abd al-Aziz: «¿Qué desas?» «Lo que Dios decrete,» respondió.

Dijo sidi Abu Ya’far al-Haddâd, el maestro de al-Yunayd: «Llevo cuarenta años deseando abandonar todo deseo, y todavía no he conseguido lo que deseaba».

Le pidieron a sidi Abu Yunayd al-Fasi, de los Bani Musâfir, mientras estaba en la puerta de un jardín, que pidiese que lloviese. Tocó a la puerta, a lo que el jardinero preguntó quién era. Le contestó: «Riega los jardines». A lo que el jardinero le dijo: «Entonces, ¿para qué estás, bendito? El jardín pertenece a su dueño, no a ti. Su dueño se hace cargo de él.» Lo que sidi al-Yunayd le respondió: «Pues escucha lo que Él te dice».

Uno de los contemporaneos de nuestra patria, de los Bani Zarwâl, que era uno de los raptados, le dijo a sidi Ibrahim al-Yannati: «Pide la lluvia». Le contestó: «Somos siervos, y seguiremos siendo siervos. Dios hace lo que quiere».

Dijo otro: «Desde hace cuarenta años Dios no me ha puesto en ninguna situación que, al rechazarla, no me llevase a otra peor».

Realmente no sabemos nada. Fíjate lo que Dios le ha dicho al Profeta en Su Libro: «Solo te hemso concedido una porción del conocimiento» (17:85). Haz que seamos del partido de Dios, por la gloria de nuestro señor el Enviado de Dios.

Que la gente que amamos, tanto a los que escribimos como a los que no, las sigan al pie de la letra, hasta que queden fijas en sus retinas. No tiene nada que temer quien cumpla con estas dos condiciones con sinceridad. La primera es que esté siempre atento y sea perspicaz, para que así no se despiste ni lo distraigan de lo que es el bien y la virilidad. El segundo es que cuando se olvide de recordar a Dios, regrese inmediatamente a ese recuerdo de Dios, o que cuando falte a Dios, se arrepienta ante Dios rápidamente, pues «quien se arrepiente de la falta, es como quien no ha faltado», tal y como dijo el Enviado.

También queremos que insistais en evitar las manchas de orina, que guardéis la limpieza, y que mantengáis la ablución. Ya hemos insistido en ello en muchas ocasiones, aunque no estoy seguro si os ha quedado claro, o si os ha entrado un oído y os ha salido por el otro…

También os aconsejamos que cultivéis las mejores cualidades, puesto que ello es la religión para su gente. Y os prevengo contras los medios de subsistencia que hacen perder la consideración divina. El signo de su pérdida es que desaparece del corazón la veneración por las reglas de la religión, o podríamos decir, aquello que ha prohibido Dios. Que Dios nos ayude, y a todos los musulmanes.

Amén.

salam

El valor de contrariar al alma, de las cartas de Mulay al-Darqawi

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Faquir, debes saber que en contrariar el alma es el núcleo central de romper con los hábitos (jarq al-awâid). Como muestra debe bastar la historia del cristiano que solo realizaba los actos que le resultaban penosos a su alma y ninguno de los que le resultaban livianos. A través de esto, Dios le concedió un poder sorprendente: cuando pasaba su mano sobre un cristiano enfermo este curaba inmediatamente.

Las noticia de este milagro se extendió rápidamente, hasta que le llegó a uno de los santos de Dios, que se dijo: «Este milagro sólo puede darse entre la gente de Dios, no en un infiel. No puede ser, es algo extraordinario.» Así que partió en su búsqueda, decidido a encontrarlo para preguntarle cómo podía ser. Llegó hasta él, le preguntó, y esto recibió como respuesta: «Es debido a que no hago ninguna obra liviana para mi alma, sólo las que le resultan penosas.» El santo le respondió: «Si fueses sincero en tu pretensión, le mostrarías a tu alma el Islam para comprobar si le resulta ligera o pesada.» Así lo hizo y le resultó más pesada que todas las obras anteriores. Le informó de ello al santo, que le dijo: «Hazte musulmán si tus palabras han sido sinceras». Y en cuanto se lo dijo se convirtió de su mano.

Es como la historia de aquel que pasó de estar en el fondo de un pozo a lo alto de una ermita en un instante, por la gracia de Dios. A través de ello conoció a Dios, y que Él es más grande y más extraordinario que todo.

Estas historias son bien conocidas entre la gente del conocimiento, aunque antes no lo fueran, pues no se encuentren en las colecciones de hadices. Pero son como un Sol sobre el mundo; contienen un gran bien y un secreto importante.

Practícalo, oh faquir, puesto que en su práctica está el conocimiento de las realidades espirituales (haqâìq). Quien practica, al final acierta, pero quien lo desmiente sufre la decepción.

Algo parecido le pasó a alguien que había hecho el pacto con Dios de enfrentarse para siempre a su alma. Tras estar un tiempo así, pasó delante de una carnicería, donde vió una carne con grasa sumamente apetecible. Cedió a su alma y penetró en él deseo de tal carne, así que se decidió a comprarla. Pero tras hacerlo se dio cuenta de que había faltado a su compromiso con Dios de abandonar sus caprichos. Tiró la carne al suelo rápidamente y se marchó.

En esto que el carnicero salió corriendo y lo alcanzó, diciéndole: «Me arrepiento y me vuelvo hacia Dios. ¡Oh santo de Dios! No volveré a ejercer esta profesión mientras viva.» Creyó que este hombre era un santo, al que Dios le había informado de que vendía carne mortecina a los musulmanes. Esa mañana, un cordero bien hermoso que tenía apareció muerto. A pesar de estar prohibida su carne a los musulmanes la puso a la venta, tratando con ello de sacar algunas monedas. Cuando vió a este hombre hacer lo que hizo, pensó que era un santo que lo había descubierto por develamiento interior. Por eso se acercó a él, reconoció su falta y se volvió hacia su Señor de su mano.

Ambos se beneficiaron de que el hombre arrojara la carne tras haberla comprado y deseado, y que después se enfrentarse así a su ego. El carnicero se arrepintió de su falta y el hombre se fortaleció en su lucha contra su alma al ver el secreto de este enfrentamiento. Aunque el hombre no era un santo, tal y como pensaba el carnicero, sí que trataba de alcanzar la santidad enfrentándose a su alma, que es el núcleo de la adoración. Y sólo enfrenta a su alma  quien Dios quiere beneficiar.

Tal y como dijo sidi al-Busayri en su Burda:

Oponte al alma y al demonio, y aguanta

y si tratan de aconsejarte, ignóralo

Y sidi Ibn al-Bana en su Bahâiz:

Quien da por buenos las pasiones de su alma

lo que hace es adorar a su pasión

Si ves que tu alma, oh faquir, desea algunos de sus caprichos, adviertele, y no se te ocurra de ninguna manera dirigirte hacia lo que te sugiere, sea una cuestión demoniaca o anímica. Lo que debes hacer es abandonar tal pasión, si eres sincero y quieres el bien. Que no te quepa duda que la gente de la sinceridad eligen abandonarla, puesto que la sinceridad se demuestra en abandonarla, no en quedársela. Lo mejor es que la deje, aunque pueda que lícito quedárselo. Pero no cabe duda de que la guerra santa mayor (yihad al-akbar) es la lucha contra el alma, tal y como dijo el Enviado de Dios cuando regresó de enfrentarse a los enemigos de Dios: «Hemos regresado desde la guerra menor a la guerra mayor».

salam

Sobre la aspiración elevada y la sinceridad, de Mulay al-Darqawi

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Quien tiene la certeza de que Dios no ha concedido el poder creativo a otro, y que Él es el único que beneficia o perjudica, nada le entretiene de Él. No se inclina por la obediencia –aunque la practique– ni por la desobediencia –aunque pueda acontecerle–.
¡Que Dios tenga misericordia de vosotros! Tened una aspiración elevada, por encima de este mundo y sus pasiones, y del Paraíso y sus delicias. ¡Por Dios, por Dios, Él es el objetivo! Pero nadie hace lo que dice..
salam