Sobre la pureza de intención, del Mawadd al-Gayziya del shayj al-Alawi

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«Sin la pureza de intención (ijlāṣ) y la atención interior (murāqaba) las obras quedan incompletas»

Y añade una de las ḥikam de Ibn ‛Atā` Allāh: «Las obras son formas establecidas, su espíritu es la pureza de intención que hay en ellas.»1 Las obras, sin pureza de intención ni atención interior, no valen para nada, incluso traen consecuencias negativas al que las realiza. ¡Sin pureza de intención más le vale que prescinda de realizar obras que sólo le cansan y agobian! Dios no acepta las buenas obras de quien Le asocia algo; prefiere una pequeñísima obra que brota del corazón, con su correspondiente esfuerzo, más que montañas de obras sin pureza de intención.

Hay diferentes grados de pureza de intención; el más noble es el de quien no espera recompensa por las obras.

Se cuenta que Jesús –Dios colme de bendición y de paz– pasó junto a un grupo de hombres consagrados a la adoración de tal modo que parecían odres viejos, y les preguntó:

–¿Qué hacéis?

–Adoramos a Dios–, respondieron.

–¿Por qué Le adoráis así?

–Porque nos ha hecho temer el fuego del Infierno–, contestaron.

–Qué Dios os salve de aquello que teméis–, les dijo y siguió su camino. Luego vio a otros aún más entregados a Dios y les hizo la misma pregunta.

–Dios nos ha hecho desear el Paraíso y lo que ha prometido a Sus elegidos, y tratamos de lograrlo–, respondieron.

–Que Dios os conceda lo que esperáis de Él–, les dijo, y pasó de largo. Vio un tercer grupo también consagrado a Dios.

–Amamos a Dios, no Le adoramos ni por temor al Infierno ni por deseo del Paraíso, sino por simple amor y veneración por Su Majestad–, respondieron estos terceros.

–Sois los verdaderos elegidos de Dios –les dijo–, aquellos con los que Él me ha ordenado permanecer–, y con ellos permaneció.

En otra versión se cuenta que les dijo: «Teméis algo creado» a los primeros, «Deseáis algo creado» a los segundos y «Vosotros sois los próximos» a los terceros.

Que bien lo expresan estas palabras:

¡Cuántos son los que cruzan el desierto,

Pero pocos los que han alcanzado el cielo!

Tienen los elegidos un signo en su rostro

Que no verás en ningún otro.

Abū Hazām al-Madanī –Dios esté satisfecho de él– decía: «Me avergüenza adorar a mi Señor por temor al castigo. Sería como un mal esclavo que solo trabaja cuando se le amenaza. También me avergüenza esperar una recompensa, pues sería como el asalariado que sólo trabaja si se le paga. Sólo Te adoro por amor.»2

¡Cuántos son los que obran bien, pero qué pocos lo hacen desinteresádamente! Si falta la pureza de intención es por la falta de atención interior, porque si el hombre estuviese atento a Dios, no podría faltarle esa pureza de intención por su visión de Aquél que le hace actuar. Aunque su visión fuera sólo por certeza (ayqān) y no directa (‛ayan) –tal como indica el hadiz: “adora a Dios como si Le vieras”–, no faltaría el ijlāṣ en sus obras. Pero sin esa atención interior es improbable que exista pureza de intención, porque uno actúa sin tener en cuenta al Autor; se desconoce a sí mismo, a sus obras y al objetivo de estas. El ‛ārif, siempre consciente de la Grandeza divina, se ha liberado de todo lo que perturbe su dedicación exclusiva a Él.

Le preguntaron a Ma‛arūf al-Karjī –Dios esté satisfecho de él– qué fue lo que le condujo a consagrarse a Dios y a apartarse de la gente. Él calló

–¿Fue pensar en la muerte?–, insinuaron.

–¿Qué puede significar la muerte?–, respondió.

–Entonces ¿fueron los sufrimientos de ultratumba?

–¿Qué significa la tumba?

–Sería quizás el temor del Infierno y el deseo del Paraíso–, insistieron.

–¿¡Qué significa todo eso!? Si amas a Quien controla todo prescindes, por Él, de eso mismo. Si entre ambos se establece un conocimiento, te sobra todo lo demás–, contestó.

En unos versos dije:

Pasan por la existencia ajenos a todo,

No tienen miedo ni deseo por nada,

Están siempre junto a Dios

Y Él es su único objetivo.

Mira la pureza de su servidumbre

Y su resolución por llegar hasta el Fin.

Lo que se dice sobre el ijlās se resume en este versículo: Sólo se les ordenó consagrarse al culto de Dios con absoluta pureza (98: 5), y en el ḥadiz qudsī: “No quiero nada que se Me asocie. Quien obra por algo que no sea sólo Yo, no Me interesa”. ¿Acaso no pertenece a Dios la religión pura? (39: 3).

1Ibn ‛Atā`Allāh, Ḥikam, 10.

2Esta cita se encuentra en Abū Nu‛aym, Ḥilyat al-awliyā`, III vol. p. 279

Sobre la pureza de intención (ijlas), del Mawadd al-Gayziya de sayj al-Alawi

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«El signo de la pureza de intención (ijlāṣ) es que por la contemplación de la Realidad Absoluta (al-Ḥaqq) desparezca la realidad creada (jalq

Esto significa, ¡murīd!, que sólo alcanzarás la estación del ijlāṣ cuando contemples la Realidad Divina y desaparezcan ante ti las criaturas. Sólo entonces serás un verdadero mujliṣ1 y apenas necesitarás de las obras (‛amal); tal como han dicho: «Si obras con total pureza de intención, con muy poco tendrás suficiente.»2 Y: «si Él te ha abierto el camino del reconocimiento (ŷihat al-ta‛rīf), no te preocupes de hacer mucho o poco.»

Mientras tengas en consideración las cosas creadas no podrás obrar de una forma realmente pura. ¿Cómo vas a tener esa pureza en tus actos si obras por las criaturas y mediante lo creado? Tú eres algo creado y lo que esperas en la Otra Vida también lo es. Si tus obras provienen de lo creado y es eso lo que pretenden, ¿dónde está Dios?

Quien va de criatura en criatura,

Está absolutamente ciego.

Quien sólo contempla a Dios

Ha logrado curar su corazón.

¿De qué ijlāṣ hablas, murīd, si mantienes que tus obras son algo tuyo que merece recompensa? Para los que han realizado tal estación eso no es ijlāṣ. Nada te hará abandonar tal estado mientras no desaparezcan las criaturas por tu contemplación de Dios. Si lo consigues tus obras serán por y para Dios y las criaturas no tendrán cabida: ese es el ijlāṣ de los elegidos, de los que no tienen obras propias. Aunque pasen el día ayunando y la noche en vigilia nada les queda registrado. No se apegan lo más mínimo a su estado, ni se consideran superiores a nadie, incluidos los peores pecadores, gracias a la contemplación del Soberano, el Único Real, que les hace perder de vista lo creado, incluso su propio ijlāṣ. Porque el verdadero mujlīṣ actúa por Dios y no por sí mismo; el hacer o dejar de hacer no depende de ellos: este es un secreto particular entre el servidor y su Señor como lo dice un hadiz qudsī: “El ijlāṣ es un secreto que he dispuesto en el corazón de aquellos servidores que Yo amo.”3

El ijlās implica perder de vista a las criaturas. Quien no lo ha logrado es difícil que logre la [verdadera] pureza de intención en sus obras. Si no fuera por la Benevolencia divina (luṭf), no serían aceptadas las buenas obras, pues en ellas hay algo de asociación sutil (širk al-jafī)4 que pasa más desapercibida para el hombre que los pasos de una hormiga.

Todo el mundo pretende algo con sus buenas obras, y eso es precisamente lo que pretende eliminar el ijlāṣ; puede ser el miedo a condenarse, el deseo de la salvación o el temor a lo que queda registrado por los ángeles. Pero también lo es esforzarse por lograr el estado de unión espiritual (wuṣūl), reconocerse en sus propios actos, esperar algo a cambio de ellos o considerarlos más valiosos que los del resto. Ninguna de esas actitudes es el verdadero ijlāṣ, aunque esa sea la actuación de los creyentes en general.5

Si un comportamiento así, que es ya extraordinario y loable, no llega a ser el verdadero ijlāṣ, qué decir de quienes convierten sus actos de virtud en motivo de extravío, de pecado y de confusión, como es el caso de los que esperan que los demás tengan algún tipo de consideración espiritual con ellos; Les gusta que les alaben por lo que no han hecho. No pienses que puedan escapar al castigo (3:188).

¡Dios mío, líbranos de nuestro propio mal, ocúltanos a las criaturas y hazlas desaparecer ante nosotros, hasta que no quede rastro de ellas! Ante ti no nos sirven de nada: Si Tú hubieses querido les hubieses hecho perecer, a ellos y a mí, antes (7: 155).

1Mujliṣ es el participio activo de la forma cuarta (ajlaṣa) de la raíz jalaṣa –de donde viene ijlāṣ– y denomina al que actúa con ijlāṣ.

2Este “no actuar” significa que todo ha sido reducido a un único objetivo. No tiene, por lo tanto, nada que ver con la actividad en su sentido corriente, porque ‛amal son aquí las obras que tienen una finalidad espiritual, al menos formalmente.

3Versión sobre el hadiz mencionado por Ibn Arabi en su Miškat al-anwār, n.º 32.

4Al-širk al-jafī corresponde interiormente a lo que es, exteriormente, la idolatría. Basada en un hadiz que parafrasea el Šayj, esta expresión aparece muy pronto en los textos sufíes. Véase Tirmidhi, “A treatise on the Heart”, Three early sufi text, p.46.

5En uno de sus ḥikam el propio Šayj va más allá y dice que «la pureza de intención (ijlaṣ) es el escollo del ‛arif, como la falta de ella lo es del murīd.» Es decir, el auténtico ijlaṣ es, finalmente, la ausencia de intención propia.

¿En qué te concentras?, de las cartas de Mulay al-Darqawi

85*

Ten cuidado de la gente que vive siempre concentrada en este mundo, puesto que aproximarse a ellos supone alejarse de Dios. No hay duda de que la soledad, si se cumple con sus requisitos, produce un conocimiento puro, y el conocimiento puro, obras puras, y las obras puras estados puros. «Las obras puras producen estados puros, y los estados puros son una realización de las estaciones de la revelación (inzâl)», tal y como dijo el santo de Dios Ibn Ata Allah en sus aforismos.
salam

La sinceridad con respeto a la Verdad, de las cartas de Mulay al-Darqawi

119*

El ir con un jubón, mendigar, llevar la cabeza descubierta, andar sin cuidado, sentarse en los basureros -guardandose siempre de evitar las impurezas-, comer en los zocos, tumbarse a los lados de los caminos y demás cosas parecidas, son de las que han hecho la gente de nuestra vía y de las demás, que Dios esté complacido con todos ellos, que no sabe sin son verdaderas o falsas excepto el sincero (mujlis).

La sinceridad (ijlâs) es lo que trata de lograr el Pueblo con esto. A ellos les da igual lo que quieran sus almas, ni eligen un estado por encima de otro, puesto que se han sumergido en los mares de la Inmensidad. Como dijo el gran santo Abu Said al-Arabi, cuando le preguntaron sobre el estado de extinción: “La extinción es que la Inmensidad y la Majestad divinas aparezcan en el servidor y le hagan olvidar este mundo, el otro, los estados, los grados, las estaciones y las letanías (adkâr), le extingan a todo, a su inteligencia, a su alma, a su extinción respecto de las cosas y a su extinción de la extinción, por la inmersión en los océanos de la glorificación…”

Eran así antes de sumergirse en los mares de la Inmensidad, puesto que su sinceridad no les dejaba mirar a lo que había entre ellos y su Señor, y no pueden mirar nada de lo que haya entre ellos y la creación. Ese es su estado, que Dios esté complacido con ellos.

Entre la gente de la sinceridad podemos observar estados extraños, de apariencias variadas, que no entiende salvo el que es del Jidr entre la gente de la realización. Fíjate en los estados del Jidr, la paz sea con él, en el Libro de Dios, y te sorprenderás. Hundió el barco aún cuando estaba ocupado por sus dueños y su pasaje. También mató al joven, sin que éste hubiese matado a nadie ni hubiese ninguna razón legal para hacerlo. Reconstruyó el muro sin pedir nada a cambio, a pesar de que les negaron el alojamiento con anterioridad. Y todo ésto lo realizó en presencia del Enviado de Dios, el interlocutor, nuestro señor Moisés, la paz y las bendiciones sean con él y con nuestro Profeta. Y todo ello porque no actuaba sino que siguiendo la verdad (haqq), y no lo hacía sino por ella. ¡Compréndelo! ¡Que Dios nos aumente en entendimiento!

salam