Capítulo: las cinco plegarias son una obligación individual
y una obligación comunitaria la de difuntos, sin lugar a dudas
Ya hemos comentado cual es el significado de la plegaria y que su resultado es la comunión (ittisâl) entre el orante y el adorado; y cómo esta comunión supone la visión de aquel con el que se comulga, que es Dios, elevado sea. Pero la visión de Dios sólo se produce después de la muerte, es decir, de la aniquilación del siervo , su extinción, hasta que no ha desaparecido por completo. Esta es la verdadera muerte que tratan de alcanzar los sufíes. Es por este motivo que el autor ha compuesto este capítulo.
En el elucida que Su visión y contemplación no se puede alcanzar más que quien muere a sí mismo y a la creación. Por eso dice: es para quien ha muerto. Porque es lo que el fallecido alcanza inexcusablemente, sin duda alguna. Cuando se refiere al muerto (al-mayt) deja fuera a todo el que no ha muerto y que está privado de la visión de Dios, elevado sea. Porque a Dios no lo ve más que quien ha muerto, como ya hemos dicho.
Por muerte se pueden entender dos tipos: la muerte del común o la muerte de los elegidos. ambas suponen la visión de Dios por parte del creyente. La muerte del común conlleva a la visión convencional en un momento concreto: su resultado es la manifestación sólo en el Paraíso de esta visión. La muerte de los elegidos conlleva la visión absoluta (al-ruya al-mutlaq), es decir, que no es exclusiva de un momento dado. Por eso el resultado de esta visión es algo inmediato, no postergado. Se alcanza el objeto de esta visión de Dios en este mundo, antes del Otro, y la gente de esta estación espiritual ven a Dios en este mundo [209] en sus corazones y en la Otra vida con sus propios ojos.
Quien desea disfrutar de este privilegio, debe apresurarse a morir antes de morir, tal y como se ha transmitido en la tradición: «Morid antes de morir». Quien realiza esta muerte, quien realiza esta desaparición, podrá decir sin ambages: «Ciertamente estoy en la santísima presencia, sentado en el tapiz de la intimidad», siendo efectivamente así. Ha huido de la imposiciones del alma y de las cadenas del mundo sensible. ¡Que felices ellos! Han encontrado lo que buscaban. Disfrutan de la complacencia y la plenitud divinas. Son los hombres, y no quedan infantes entre ellos. Han muerto hasta para la misma muerte: «No probarán más muerte que la primera» (44:56). Han muerto completamente para las criaturas y para lo que no es Dios, para todo y para sus partes. Han muerto, de manera irreversible, y no hay manera de negar estas palabras.
Le preguntaron a Abu Yazîd al-Bistami, que Dios esté complacido con él, sobre sí mismo, a lo que contestó: «Abu Yazîd partió con los que ya partieron. Murió, que Dios tenga misericordia de él».
Murieron y se arrojaron entre las manos de Dios. Cuando su muerte se confirmó y desaparecieron sus pretensiones, el verdadero Rey los llamó: «¿De quién es hoy el reino?» (40:16) a lo que contesta su voz interior desde su estado: «De Dios, el Único, el Subyugante» (40:16). Cuando su sinceridad con Dios ha quedado confirmada, los sustituye con una realidad interior de su propia esencia, e insufla en ellos Su espíritu, los resucita para Sí mismo. Si no les insuflase Su espíritu en ellos y no los sustituyese por una realidad proveniente de él, no les habría dado la existencia ni dejarían rastro.
Quien no tiene existencia ante la Suya
sino fuese por Su existencia, no sería
En definitiva, son los reyes bajo el aspecto de súbditos
Debes tener en cuenta que igual que la muerte física sólo ocurre por medio del ángel de la muerte, esta muerte no se dá más que por medio de un maestro sabio que toma los espíritus de los discípulos. Si todos los habitantes de los cielos y las tierras se unieran y le pidieran el entrar ante Dios, tomaría sus espíritus y los reuniría con su Señor en ese preciso instante. Pero requiere una búsqueda por su parte, al contrario que la muerte física, que no requiere que la busquen, pues no supone la visión de Dios, al no saber cuál será su destino: puede que acabe en el Paraíso o que vaya al Infierno, al contrario que la muerte espiritual, que supone su visión y su encuentro. Esto conlleva que el buscador debe aceptar la muerte, debe estar conforme con su extinción y desaparición. Si no está complacido con ello, el ‘arif no tiene obligación de reunir al buscador con su Señor: si a éste no le complace el encuentro con Dios, elevado sea, ¿cómo va a estar Dios complacido de encontrarse con él?
El Profeta, la paz y las bendiciones sean con él, dijo: «Quien ama el encuentro con dios, Dios ama encontrarse con él». Pero, ¿cómo puede estar complacido el ser humano con la muerte, que es la más dura de las penalidades? Solo se complace con ella quien ha comprobado cual es su resultado: quien sabe que no hay penalidad alguna tras ella, pues como ha dicho, la paz y las bendiciones sean con él: «No hay penalidad tras la muerte», puesto que tras ella sólo hay contemplación. Sobre la muerte física, ha dicho el Profeta: «Hay siete tormentos entre el siervo y su Señor: la más leve es la muerte, y la más difícil es la comparecencia ante Dios».
La reunión con Dios en la primera muerte es una misericordia a causa de la contemplación, y en la segunda es un disgusto a causa del espanto. Quien comprueba cual es el resultado de la muerte espiritual, que es el disfrute de la contemplación de la divinidad, ¿cómo no se va a entregar a la destrucción y a despreciar lo que deja atrás? Quien conoce el objetivo, deja de importarle lo que abandona, incluso su preciada alma, pues allí está lo que es más precioso que ella.[211]
El alma es preciosa, pero lo que hay en Ti lo es más
La muerte (qatl) amarga, pero con Tu complacencia, es dulce.