Las dos muertes, del Kitab al-Mawaqif de Emir Abdul Qadir

Las dos muertes   

Mawqif 221

Dios, exaltado sea, ha dicho:

¿No regresará todo a Dios? (42:53)

Es a Él a quien todo regresará. (11:123)

Seréis devueltos a Él. (10:56)

Es a Él a quien regresareis. (6:60)

y otras similares.

Debes saber que el desarrollo de cada cosa la lleva de vuelta hacia Dios y es hacia Él hacia quien regresa. Este regreso de la criaturas hacia Él ocurre tras la Resurrección, la cual acontece tras la desaparición de las criaturas. Pero como dijo el Profeta, la paz y las bendiciones sean con él: “Para quien muere, el día de la Resurrección ya ha llegado.”

Hay dos tipos de muerte, la muerte que es inevitable y común a todos los seres, y la muerte que es voluntaria y que sólo incumbe a algunos de ellos en particular. Es esta segunda muerte a la que se refiere el Mensajero de Dios cuando dijo: “Morid antes de morir”. La resurrección es inmediata para el que ha muerto con esta muerte voluntaria. Sus asuntos regresan a Dios, y ya sólo queda uno. Regresa a Dios y lo ve a través de Él. Como dijo el Profeta, la paz y las bendiciones sean con él, de acuerdo a lo que transmite al-Tabarani: “No verás a tu Señor antes de morir» y esto es así porque, en la contemplación de éste que ha muerto y ha resucitado, todas las criaturas han sido aniquiladas y para él solo una cosa existe, Dios.

Sea cual sea la suerte del creyente en su estado póstumo, para el que busca a Dios, ya está presente en este mundo en uno u otro grado. El regreso de las cosas -desde el punto de vista de la diversidad de las formas- hacia Dios y el fin de su tránsito expresa sólo un cambio en su estado de conciencia y para nada un cambio de su realidad. Para quien muere y llega a la resurrección, lo múltiple es uno, a causa de su Unidad esencial; y el Uno es múltiple por mor de la multiplicidad de Sus relaciones y Sus aspectos.

Las entidades (al-‘ayan), que algunos también llaman sustancias (yawahir), nunca desaparecen. La nueva creación (jalq al-ÿadid), que es continua en este mundo y en el otro, solo concierne a las formas, puesto que son meros accidentes. Y todo lo que no es el ser absoluto, que es sólo Dios, es un accidente.

Las oraciones obligatorias, la oración de difuntos y la muerte iniciática III, del Minah al-Quddusiya

Y como la plegaria la ablución mayor, la mortaja y el enterramiento

 

Ya hemos mencionado antes cuál es el significado de la muerte, y aclarado que solo se alcanza la virtud y la dicha atravesando su puerta. Y para que esa virtud del ser humano esté presente, es necesario que quede purificado de lo que desagrada al Misericordioso. [214] Esta purificación ocurre de mano de un maestro de alma purificada, sabedor de cómo purificar a los demás. Más esta limpieza del murîd no llega más que tras la muerte de su alma, y por eso dice el autor: La ablución mayor [se realiza] tras la muerte. Porque no hay manera de realizar la ablución sobre quien le queda algo de vida. Si, aunque ya esté en el féretro, es patente que queda algo de vida en alguno de sus miembros, el lavador deja de hacerlo, pues queda algo de vida. De la misma forma, el que es lavado no se abandona al lavador si no está muerto. Por eso, el discípulo sólo se abandona a su maestro para que lo purifique de lo que hay en él tras la muerte del alma y haberse separado del soporte de lo sensible (muddatu l-hiss). Si no fuese así, ¿cómo iba a estar conforme con descubrir su desnudez y someter a su alma a un ser humano como él, si le quedase una sola pizca de la existencia del alma? ¡No, por Dios! No puede estar conforme más que quien ya ha fenecido. Por eso el maestro no continúa con la purificación del discípulo mientras quede la más mínima vida en él. ¡Oh Dios mío! Sólo cuando está seguro de su muerte y se apaga el calor vital, y si no, lo deja mientras siga pretendiendo la vida.

 

Esa es la razón de que el maestro le solicite al discípulo que quiere llegar a Dios que se ocupe primero de aquello que hace desaparecer su alma y que haga morir su existencia, para hacerle apto para su ablución. Si no, quedará algo de su impureza por mor de sus prejuicios, su propia voluntad o falta de acatamiento. Por eso han dicho:

 

Si tienes fortuna y el destino te es propicio

y te lleva hasta un maestro realmente realizado

 

sé con él como un muerto en manos de lavador

que lo gira como quiere sin que se resista

 

Así debe ser el discípulo en manos de su educador si quiere ser purificado de su suciedad y librarse de sus atributos. Hasta que complete su purificación y se asegure de que está limpio, para que la luz de su interior ilumine desde la lámpara de su existencia.

 

Pero puede que en ese momento le solicite que lo cubra, puesto que la discreción (sawn) es una de las características de los ‘arif perfectos, como la divulgación es una de las características de los ignorantes. Este recubrimiento (sitr) es a lo que se refiere por la mortaja. Es decir, que debe envolver el pábilo de la libertad con la lámpara de la servidumbre hasta que no se muestre nada de los secretos de la elección salvo lo estrictamente necesario, pues «la gloria de las más bellas, está en su velo», como la grandeza del Sol está en las nubes.

 

Cuando se ha logrado la muerte del alma del discípulo y la ha purificado de la visión del mundo sensible, envuelta con la prenda más adecuada, lo propio en ese momento es que sea guardada y escondida, de forma que no pueda ser encontrada por las miradas, que es a los que se refiere por el enterramiento. Debe asegurarse de que sea enterrada en la tierra del anonimato (jumûl), para que el fruto que se obtenga sea el adecuado, tal y como ha dicho el autor de la Hikam: «Entierra tu existencia en la tierra del anonimato, pues solo crece y da frutos la semilla que ha sido enterrada». Por eso no hay nada mejor para el discípulo que el anonimato tras la unión, ni perjuicio mayor que la fama en ese momento, al inicio de su unión con Dios, no después.

 

Si es después de haber sido enterrado, da igual si su nombre cobra renombre. Pero las simientes solo se obtienen tras haberse consolidado, no antes. Y no cabe duda de que los frutos sólo maduran tras ese enterramiento, no antes. Aún más, no puede buscar la manifestación por sí mismo, es Dios el que le hace manifestarse tras el enterramiento: «Lo hace morir, lo entierra, y cuando Él desea, lo hace resucitar» (80:21-2) Y si no quiere, no hay manera de que el ‘arif consiga la fama por sí mismo. En realidad, el asunto es que el ‘arif está en esta estación sin haberla elegido, puesto que no deseaba la manifestación ni el anonimato, como la herramienta en manos del artesano.

 

Mirame como al instrumento, Él es quien me mueve

Soy como el cálamo, y el Decreto los dedos

Las oraciones obligatorias, la oración fúnebre y la muerte iniciática II, del Minah al-Quddusiya del shayj al-Alawi

Sus faridas son el decir «Allahu Akbar» cuatro veces, la petición

la intención, el saludo de paz en silencio después

Entre las obligaciones que resultan de esta muerte y que suponen el repliegue de la existencia del murîd, están el decir Allahu akbar cuatro veces. Esto quiere decir es que son los nombres divinos el Primero (al-Awalu), el Último (al-Ajiru), el Exterior (al-Zahiru) y el Interior (al-Batin) al mismo tiempo, de forma que termine con todo las objeciones y regrese al reposo, hasta que le quede claro el significado de Su palabra «Él es el Primero y el Último, el Exterior y el Interior», hasta que llegue a recorrer toda esta existencia sin que pueda encontrar ningún intervalo vacío. En ese momento pierde su espíritu y su cuerpo sucumbe, porque ya no le queda dimensión alguna (ÿihât), pues no es capaz de encontrar ningún resquicio vacío de estas cuatro existencias allá donde se vuelva. Ni tan siquiera a sí mismo, pues encontrará alguna de estas facetas. Así ocurre dónde se vuelva, tal y como ha dicho: «A doquiera que os giréis, ahí está el Rostro de Dios».

Por eso, cuando el que ha sido raptado (maÿdhûb) se fija en sí mismo ve, en el espejo de su propia existencia, el Rostro de Dios, y puede decir, como dijo al-Hallaÿ, que Dios esté complacido con él, «Bajo esta capa no está sino Dios», y por capa hay que entender todo los velos superiores e inferiores, sensibles o abstractos. Por eso uno de ellos dijo:

Donde giréis de verdad vuestros rostros

no está más que el Rostro de Dios, fijáos bien

A partir de aquí, los espíritus de los aspirantes pierden pie, puesto que no encuentran junto a la Existencia divina ni dónde ni cómo. Doquiera que se giran ven estos aspectos que hemos mencionado [212]. Algunos dan noticias de ello y otros callan.

De todos los que han dado noticias de ellos está nuestro señor Ibrahim (Abraham), la paz sea con él. Cuando vió el astro [Venus], dijo: «Este es mi Señor…» y el resto de lo que ha relatado Dios, elevado sea. Cuando dijo «Éste es mi Señor» no lo decía por ignorancia, Dios nos libre, sino que sabía perfectamente lo que decía. Con «éste es mi Señor» quería dejar claro la realidad que subyace a Su palabra «A doquiera que os giréis, ahí está el Rostro de Dios». Por eso, cuando giraba su rostros hacia el Sol, la Luna y el resto de los seres creados, veía el Rostro de Dios, e informaba de ello, confirmando la palabra de Dios. Pero al darles a conocer esto, en ese momento encontró que los corazones estaban alejados del amado, y temiendo que tales palabras fueran un motivo de discordia (fitna) para la mayoría de ellos, amplió el mantel a la medida de la mesa, cambió la exactitud por la claridad en la exposición, diciendo «giro mi rostro hacia aquel que ha creado los cielos y la Tierra como monoteísta, pues no soy de los idólatras» (6:79). Sus primeras palabras son el origen de las segundas en cuanto al significado, no en cuanto a la expresión. Las primeras son precisas, las siguientes aclaratorias. Ibn Al-Farid ha dicho en este sentido:

Prefiero la expresión que entiende el que ha experimentado

a la concreción para convencer al discutidor

Pero regresando a lo que era nuestro tema, la muerte, cuando se presenta la Existencia absoluta (al-wuÿûd al-mutlaq) ante el discípulo como habíamos dicho, se deber hacer desaparecer a sí mismo (nafsi-hi) y a la existencia en ese acto de desaparición. Puesto que su ser mismo (o su alma, nafs), cuando desaparece, desaparecen a su mirada el resto de seres (o almas, anfas). «Pues quien mata [a un alma] es como si hubiese matado a todas las almas [o toda la humanidad]» (5:32)

El conocimiento de estos principios incumbe a quien reza por el fallecido. Y éste debe saber cuales son los requisitos que debe cumplir el finado para presentarse ante Dios. [213] Va a ser el intercesor ante Él, por lo debe hacerlo amado a Dios para asegurar la aceptación, y ser él mismo uno de los más amados por Dios entre las criaturas, tal y como el Profeta, la paz y las bendiciones sean con él, ha transmitido que Dios ha dicho: «A quien más amo de la creación es quien Me hace más querido por las criaturas y las criaturas me aman». Por eso debe tratar de ser amado por Dios a través de las peticiones correctas (al-duâ al-salih) y por la petición del perdón. Puesto que la petición es uno de los requisitos, tal y como ha dicho el autor «y la petición». Es decir, el pedir con la lengua de la súplica y la sumisión, como cuando se dice [en la oración fúnebre]: «Si era de los bienhechores, que se le recompense con más bien; y si era de los malhechores, que sea a pesar de sus malas acciones», y que insista en esta súplica todo lo que pueda.

Lo que se pretende es hacerlo agradable a Él en todos los aspectos, para que sea aceptado y alcance su complacencia, pues Dios no lo aceptará más que si el maestro tiene una intención firme, pues es uno de los requisitos. Solo puede ser si tiene la seguridad en su corazón y la firme convicción de que Dios lo aceptará pues, tal y como ha dicho el Profeta, la paz y las bendiciones sean con él: «Yo soy tal y como mi siervo piensa de Mí». Si tiene dudas sobre si será sea aceptado, entonces no lo será. Para que el que el finado consiga estar con Dios, deja de hablarle de la Inmensidad divina, pidiendo que trate de salir de esta estación hacia otra, que es la unión entre ambas, y que menciona como la paz (al-salâm): es decir, que viaje hacia el control de lo manifiesto, tal y como antes estaba sumergido por lo oculto.

Las oraciones obligatorias, la oración fúnebre y la muerte iniciática, del Minah al-Quddusiya del shayj al-Alawi

Capítulo: las cinco plegarias son una obligación individual

y una obligación comunitaria la de difuntos, sin lugar a dudas

 

Ya hemos comentado cual es el significado de la plegaria y que su resultado es la comunión (ittisâl) entre el orante y el adorado; y cómo esta comunión supone la visión de aquel con el que se comulga, que es Dios, elevado sea. Pero la visión de Dios sólo se produce después de la muerte, es decir, de la aniquilación del siervo , su extinción, hasta que no ha desaparecido por completo. Esta es la verdadera muerte que tratan de alcanzar los sufíes. Es por este motivo que el autor ha compuesto este capítulo.

 

En el elucida que Su visión y contemplación no se puede alcanzar más que quien muere a sí mismo y a la creación. Por eso dice: es para quien ha muerto. Porque es lo que el fallecido alcanza inexcusablemente, sin duda alguna. Cuando se refiere al muerto (al-mayt) deja fuera a todo el que no ha muerto y que está privado de la visión de Dios, elevado sea. Porque a Dios no lo ve más que quien ha muerto, como ya hemos dicho.

 

Por muerte se pueden entender dos tipos: la muerte del común o la muerte de los elegidos. ambas suponen la visión de Dios por parte del creyente. La muerte del común conlleva a la visión convencional en un momento concreto: su resultado es la manifestación sólo en el Paraíso de esta visión. La muerte de los elegidos conlleva la visión absoluta (al-ruya al-mutlaq), es decir, que no es exclusiva de un momento dado. Por eso el resultado de esta visión es algo inmediato, no postergado. Se alcanza el objeto de esta visión de Dios en este mundo, antes del Otro, y la gente de esta estación espiritual ven a Dios en este mundo [209] en sus corazones y en la Otra vida con sus propios ojos.

 

Quien desea disfrutar de este privilegio, debe apresurarse a morir antes de morir, tal y como se ha transmitido en la tradición: «Morid antes de morir». Quien realiza esta muerte, quien realiza esta desaparición, podrá decir sin ambages: «Ciertamente estoy en la santísima presencia, sentado en el tapiz de la intimidad», siendo efectivamente así. Ha huido de la imposiciones del alma y de las cadenas del mundo sensible. ¡Que felices ellos! Han encontrado lo que buscaban. Disfrutan de la complacencia y la plenitud divinas. Son los hombres, y no quedan infantes entre ellos. Han muerto hasta para la misma muerte: «No probarán más muerte que la primera» (44:56). Han muerto completamente para las criaturas y para lo que no es Dios, para todo y para sus partes. Han muerto, de manera irreversible, y no hay manera de negar estas palabras.

 

Le preguntaron a Abu Yazîd al-Bistami, que Dios esté complacido con él, sobre sí mismo, a lo que contestó: «Abu Yazîd partió con los que ya partieron. Murió, que Dios tenga misericordia de él».

 

Murieron y se arrojaron entre las manos de Dios. Cuando su muerte se confirmó y desaparecieron sus pretensiones, el verdadero Rey los llamó: «¿De quién es hoy el reino?» (40:16) a lo que contesta su voz interior desde su estado: «De Dios, el Único, el Subyugante» (40:16). Cuando su sinceridad con Dios ha quedado confirmada, los sustituye con una realidad interior de su propia esencia, e insufla en ellos Su espíritu, los resucita para Sí mismo. Si no les insuflase Su espíritu en ellos y no los sustituyese por una realidad proveniente de él, no les habría dado la existencia ni dejarían rastro.

 

Quien no tiene existencia ante la Suya

sino fuese por Su existencia, no sería

 

En definitiva, son los reyes bajo el aspecto de súbditos

 

Debes tener en cuenta que igual que la muerte física sólo ocurre por medio del ángel de la muerte, esta muerte no se dá más que por medio de un maestro sabio que toma los espíritus de los discípulos. Si todos los habitantes de los cielos y las tierras se unieran y le pidieran el entrar ante Dios, tomaría sus espíritus y los reuniría con su Señor en ese preciso instante. Pero requiere una búsqueda por su parte, al contrario que la muerte física, que no requiere que la busquen, pues no supone la visión de Dios, al no saber cuál será su destino: puede que acabe en el Paraíso o que vaya al Infierno, al contrario que la muerte espiritual, que supone su visión y su encuentro. Esto conlleva que el buscador debe aceptar la muerte, debe estar conforme con su extinción y desaparición. Si no está complacido con ello, el ‘arif no tiene obligación de reunir al buscador con su Señor: si a éste no le complace el encuentro con Dios, elevado sea, ¿cómo va a estar Dios complacido de encontrarse con él?

 

El Profeta, la paz y las bendiciones sean con él, dijo: «Quien ama el encuentro con dios, Dios ama encontrarse con él».  Pero, ¿cómo puede estar complacido el ser humano con la muerte, que es la más dura de las penalidades? Solo se complace con ella quien ha comprobado cual es su resultado: quien sabe que no hay penalidad alguna tras ella, pues como ha dicho, la paz y las bendiciones sean con él: «No hay penalidad tras la muerte», puesto que tras ella sólo hay contemplación. Sobre la muerte física, ha dicho el Profeta: «Hay siete tormentos entre el siervo y su Señor: la más leve es la muerte, y la más difícil es la comparecencia ante Dios».

 

La reunión con Dios en la primera muerte es una misericordia a causa de la contemplación, y en la segunda es un disgusto a causa del espanto. Quien comprueba cual es el resultado de la muerte espiritual, que es el disfrute de la contemplación de la divinidad, ¿cómo no se va a entregar a la destrucción y a despreciar lo que deja atrás? Quien conoce el objetivo, deja de importarle lo que abandona, incluso su preciada alma, pues allí está lo que es más precioso que ella.[211]

 

    El alma es preciosa, pero lo que hay en Ti lo es más

    La muerte (qatl) amarga, pero con Tu complacencia, es dulce.